jueves, 22 de abril de 2010

Olor nocturno

Me encontraba caminando por aquella alameda, con algunas doncellas que mi paso acompañaban, aquellas que en mis amigas se habían convertido.
El crepúsculo se asomaba al ritmo de unas gaitas que sonaban a lo lejos. De pronto, me encontré con una mujer divina, vestida con una falda larga de colores vistosos, que dejaba a la vista sus costumbres gitanas.
Ella comenzó a observarme, con esa pupila azul que me hipnotizaba, para entrar a un mundo de tinieblas, llenas de memorias, de historias que me hablan. Fue entonces cuando una voz dulce en mi oído penetro susurrándome: El amor a tu vida incompleta llegara muy pronto.

Al terminar esta última palabra volvió mi cabeza para encontrar el martirio azul que, sin más, se desvaneció entre una marea de gente que paseaba en la alameda.
No le di importancia a este curioso encuentro, ya que no encontraba algo que me atara a dichas palabras que solo confundían mi alma.

Las siete de la noche apuntaba el reloj de la catedral, mismo que decía que ya era tiempo de partir al baile, que era organizado en honor de una amiga mía la hija de la condesa Brunilda R.F. Marbella R.F. era su nombre, una mujercita linda, seria, aunque no se encontraran cosas diferentes en su plática, se volvía ameno el tiempo a su lado.
Mis amigas Lorenza H.P. y Dana M.G., hermosas como siempre, me acompañaron a mi calvario. Ver a toda esa gente bailando, riendo y bebiendo, sólo porque Marbella lo había deseado no me era muy agradable.

Yo, una mujer pálida y sombría no podía hacer mucho entre la nobleza engalanada por esas piedras que adornaban el cuello de las damiselas. Me codeaba con ellas porque en algún tiempo fui una dama de sociedad, sólo que la deshonra azotó a mi familia, pues aquella hermana a la que tanto admiré tuvo amoríos con un forastero que la embarazó. Desde entonces, camino entre los plebeyos, el dinero no era un problema, pero el prestigio lo es todo. Mi madre ha muerto, mi padre ha sufrido, pero aun pensaba que me casaría de blanco, con algún lord, conde o príncipe. En los bailes reales, así como en los castillos me recibían como invitada, dejaban que me quedara un tiempo en sus fortalezas, acompañada de las doncellas y princesas por lo que algún día fuimos, la familia más respetable de los alrededores.

En mi recámara encontré aquel vestido negro que siempre uso en este tipo de eventos.
Al tiempo que mi vestido se ajustaba a mis caderas y el corset me asfixiaba un poco más, el reloj comenzó a enloquecerme; mi vista se nubló, el atroz momento casi había llegado y terminé con el castigo de un corset cerrado.

Al salir de mi casa con mis acompañantes, sus carretas nos esperaban; era la prueba de que me mezclaba con la alta sociedad.

Durante el trayecto atravesamos un bosque sombrío que cautivó mi atención. Mi mente recreó historias que Sade pudo haber inventado en un bosque como éste. Miles de espíritus estarían revoloteando en aquel lugar donde ningún farol se veía, la penumbra se escurría por el húmedo musgo que emergía de los árboles.

Al llegar al castillo todos fuimos bien recibidos, los asistentes lucían sus mejores galas, los cuales se realzaban llenos de galantería en bailes reales. Figuras entrecruzadas se formaban a cada pieza, mientras una flautista virtuosa y su hermana en el chelo amenizaban la noche.
Durante el baile se percibía un ambiente frío y turbio, combinados en una marea de vaivén de colores pastel y yelmos de aquí allá que separaban mi alma perturbada que con otra se encontraba, un ser que desaparecía del lugar.

Es ahora cuando vuelvo a ver entre penumbras unos ojos pardos que en la noche se escondían del colorido lugar. Salieron deprisa y al mismo tiempo corrí tras ellos, no se si fue instinto, pero sentía la necesidad de verlos. Traté de correr a su paso y el viento en mi contra soplaba, aquella capa que mi cuerpo cubría volaba, se expandía y atoraba entre los arbustos.

Llegamos al bosque aquel que había visto, lleno de sauces y robles, un escenario hermoso para la 5 ° Sinfonía de Beethoven, o quizá mejor Tocata en D menor de Bach,
Se veía un pequeño sendero iluminado por la luna llena cuyo manto se expandía por cada uno de los rincones de una vieja cripta a la que me dirigí con desesperación. Estaba abandonada: el epitafio borrado, sin embargo sobre ella una rosa marchita y una hoja que llamaron mi atención el mensaje era claro:
Una dama que se enrede en mi locura

El mensaje me impresionó y de inmediato supe que era uno de aquellos luceros que había alimentado mi ser. Los pensamientos que de mi penumbra nacieron comenzaron a perder coherencia. Sería hermoso dejarle una nota que le pudiera explicar que su búsqueda terminaría, en mí una mujer dispuesta a jugar a cualquier amor. Así fue como las letras se escurrían de entre mis brazos para con una pluma escribir.

Fue mientras caminaba, que aquellos ojos pardos en mi se clavaban, un bello atardecer que de contexto admiraba, sentí tu caminar al mismo tiempo en que sentí el latir de mi corazón. Sin tocarte, te sentí junto a mí, bebí de tu aura y comí de tus ojos iluminados por el oriente reflejados por el ocaso.

Deja que sea esta ninfa quien te sepa guiar, deja que te vuelva a mirar. Vuela conmigo hasta el umbral, vuela conmigo hasta agotar la realidad, vuela conmigo hasta emigrar, vuela conmigo hasta la eternidad.

Enredé esta confesión a la rosa, la acomodé en medio de la cripta y me alejé siempre mirando hacia atrás, con la ilusión de volverlos a mirar, sin suerte alguna. Regresé al baile el cual estaba por concluir, las copas se elevaron y algunos en el suelo de las alcobas quedaron.

Paseaba por el castillo de madrugada, pensando en quién pudiera ser aquel desconocido que tantos pecados con el pensamiento me había provocado.

Caminé hasta llegar a los pasillos del castillo en donde mi amiga, la doncella Lorenza H.P. me llamó a dormir y me recosté en la cama. No distinguía entre el sueño y la vigilia, era una sombra que mi cuerpo tocaba, tantas veces lo llegue a desear, pero esa noche lo sentí. Aquella lumbre que emergía de mi piel era como mi hermana, lo había dicho.

Al nacer el alba, Dana M.G. y Lorenza H.P. me despertaron. Mi alma era una pecadora, cazadora de sueños eróticos que me repetían que tenía que ir a ver esa cripta.
Todo ese día en mis labores cotidianas no se notó mi desesperación, la serenidad de una mujer enamorada de su propio lienzo no explotaba.

Por la tarde, en la plaza, una mujer sería decapitada por adulterio, por bruja, por hechicera o agorera. Los látigos hacían que su voz se abriera a las suplicas con la esperanza de terminar ¡Piedad ante el juicio del silencio! yo decía entre dientes, pero el miedo a los hombres de Dios me atoraba los pies, y la lengua atónita respondía.
Al ver tan atroz hecho, en medio de la plaza, al llegar el ocaso, con una capa que lo cubría de pies a cabeza, se asomó la figura de aquel que sus ojos me tenían flotando, ¡Era él, sus ojos, era él! Corrí por la plaza y un mar de gente crucé pero cuando llegaba, él no estaba. Había desaparecido como el rocío que llaga en la mañana y luego desaparece.

La noche comenzaba a caer y todos con el toque de queda, se disponían a dormir. Me aseguré de que todos durmieran y salí del castillo, tomé mi caballo que ya estaba ensillado y llegué a todo galope al bosque, la cripta estaba iluminada con una rosa roja como la fresca mañana y un nuevo mensaje atado a ella.

Invoquemos al amor con lunáticos suspiros. Contempla la luna que es el ojo de la noche que celosa te mira, pero con su celeste luz nocturna, acaricia nuestras almas. La noche es larga si se sabe cómo usar. Espérame en la noche que a ti, mi reina nocturna, iré a buscar.

De nuevo volví a contestar.

Eras tú aquel que en mis sueños me hizo sentir amada. Te confesaré que mi soledad no es más que un estado perpetuo. Que aunque me encuentre rodeada de seres humanos, distintos unos de otros, mezcla de perfumes engalanados cuya sonrisa los delata a cada paso del alma en que su corazón los llama, mi aura se pasma de dichos latidos en un tiempo inexistente en las llamas de éste y el mismo que se marcha, por la marcha continua en una sucesión espiral cuya forma me hace amarte. Déjame ver de nuevo tu figura a rayo de luna formado, en mí encimado. Abre mi ánima más profunda y profana.
Mi ser nocturno, ¡no tengo miedo a la oscuridad, porque te siento cerca… En algún lado!
Atte. Tu reina nocturna.

Regresé a la casa, y era verdad en el filo de mi cama estaba su sombra. Temerosa descubrí los velos que adornaba mi aposento. Era él. Toqué sus manos cadavéricas y frías, sus ojos pardos estaban rodeados por unas grandes sombras y una nariz alargada se asomaba, tan esbelto que podría jurar eran huesos, mis manos resbalaron por sus hombros, besé su cuello y se abrió un silencio. Así, sin palabras, el amor divagó suavemente como sombra en las tinieblas. El hermetismo de nuestros cuerpos fue sellando nuestras bocas y en un beso terminó. Bebimos del elíxir que de nuestros alientos emergió. Éramos fuego en la eternidad, águilas en el cielo, humo en el volcán, nada jamás separaría esto.

Transcurrieron varios meses de estos encuentros nocturnos que en mi alcoba o en la cripta se fulminaban. Mensajes que nuestro amor creaba y una serie de locuras lujuriosas hicimos: éramos uno con el cosmos, la luna era nuestra única testigo.
Los prejuicios no existían ¡fui libre, fui mujer, fui un ser, fui Anhelí!
Él me dijo su nombre entre sueños, que aun no recuerdo… Alexander, Alfred o Joseph. Qué importa si era mi ser nocturno, aquél que sentía con la misma densidad a la mía, aquel que era capaz de robarle el alma al viento, era mi felicidad.

El día llegó. Me propuso huir lejos de casa, así que por la noche tomé mis maletas. Un viento frío me congeló las piernas, como si intentara retenerme a esta vida de juicios morales, el mensaje fue el siguiente:

El tiempo se agota en mi triste mirar, que gracias a ti se ha vuelto a la vida. Mi reina nocturna: vámonos lejos, unámonos con el cosmos y su belleza, creemos una nueva manera de procrear.

Todo está listo, y debo llegar a la cripta. La bruma se levanta, los árboles me miran,
el miedo cansa mi paso, el búho voló de árbol a árbol, el frío llegó a mi yugular y lo veo tirado, dormido entre rosas. El epitafio de la cripta iluminada dice: Te amo. El ardor de mi vientre se expande hasta el corazón. Ahora es un sueño, una ilusión, el viento. La luna me mira celosa pues he descubierto el juego…


Morrigam Lilit Celada

1 comentario:

  1. buen cuento!!!!


    hey...y como publico mis escritos aqui???

    saludos!!!

    orlando

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